El boom de los documentales uruguayos


Los números hablan. En consonancia con una tendencia mundial, Uruguay está produciendo una mayor  cantidad de películas documentales. El realizador Luis González Zaffaroni, responsable del festival Doc Montevideo (que se desarrolla desde 2009 todos los meses de julio en el Teatro Solís), dijo a El Observador que en la convocatoria a dicho evento –que se encarga, entre otras tareas, de vincular trabajos terminados y en desarrollo con eventuales compradores internacionales para asegurar su difusión– en 2011 se presentaron diez proyectos, pero para la convocatoria de este año los documentales son 19, casi el doble.
 “De los 25 proyectos para series documentales para televisión, la mitad son uruguayos”, dijo González Zaffaroni, remarcando la importancia cuantitativa de las cifras.La irrupción de personajes como Michael Moore o Morgan Spurlock, y la reproducción en forma ubicua de formatos televisivos como los realities o similares en el mundo entero, y la proliferación de estos productos narrativos en los canales de cable pueden ser causa de que los documentales hayan tomado vigor y participen de igual a igual en los festivales internacionales y reciban fondos de financiación.“A nivel global, en los festivales hay documentales que compiten con la ficción, e incluso que le ganan”, opina el director Aldo Garay, documentalista que trabaja para el canal de la Intendencia de Montevideo Tevé Ciudad. Todo este “ruido” internacional ha tenido su repercusión interna y ha hecho sacudir a un género que en Uruguay se encontraba aletargado. “Hoy el volumen de negocios del Doc Montevideo (entre adquisiciones, beneficios y fondos) ronda el millón de dólares”, señala González. “Creo que la situación del documental uruguayo se enmarca en una coyuntura buena del documental a nivel global. Si bien los orígenes del cine fueron documentales (los hermanos Lumiere retratando la mítica salida de la fábrica, Robert Flaherty con Nanook el esquimal, entre otros), con el tiempo el documental fue quedando relegado a un segundo plano respecto a la ficción, asociado más al reportaje o a los documentales sobre la naturaleza”, dice Alicia Cano, director del documental El Bella Vista, sobre un club de fútbol de la ciudad de Durazno que se transforma en un prostíbulo de travestis y luego en una capilla.Documentales de corte más humorístico como Perejiles, de Federico González, y Fraylandia, de Ramiro Ozerami y Sebastián Mayayo, encaminaron una mirada descontracturada pero al mismo tiempo rigurosa hacia fenómenos tan diversos como la gente que se cuela a los vernissages o las anécdotas de fraybentinos con la planta de Botnia, respectivamente.
La presentación en el festival de cine de Montevideo de Las flores de mi familia, de Juan Ignacio Fernández Hoppe, y el reciente estreno de El cultivo de la flor invisible, de Juan Álvarez Neme, y la posproducción de Sikorsky ayudan a conformar un paisaje sugestivo.¿Cantidad es calidad?
Un mayor números de proyectos documentales implicaría, a priori, un abanico más amplio de temas abordados por los realizadores uruguayos.“Yo no estoy tan seguro de que mayor cantidad implique mayor calidad. Sí creo que existe una mayor objetividad y una mayor apertura temática, lo que produce una mirada más aguda sobre la sociedad”, arguye Garay. A pesar de esto, para el director de Más cerca de las nubes, y Bichuchi, la vida de Alfredo Evangelista, todavía hay muchos documentales aferrados a los temas, que pretenden abarcar grandes fenómenos de forma general, mientras que la corriente más interesante, en su opinión, va justamente por el lado opuesto: ser capaz de encontrar una historia personal que pinte de manera emotiva ese gran tema de fondo.“Yo busco historias”, remata Garay, quien en su último trabajo documental, El casamiento, narró la historia de las nupcias entre un ex obrero de la construcción y un ex travesti que se operó. El tema de fondo bien podría ser el amor más allá de las barreras físicas y morales, o las políticas de Estado frente al ser individual, pero la resolución frente a cámaras muestra a dos seres enamorados y sus circunstancias.    Hay varios proyectos que se acaban de terminar o que se encuentran en fases de posproducción, que también van por esta senda. La diversidad y la exploración de esta nueva forma de mirar producen interesantes hallazgos.En este acercamiento a la realidad, el elemento geografico es muy importante. “No hay que olvidar los muchos Uruguay que existen dentro del Uruguay”, advierte Garay. Con esta idea en la cabeza se movió la salteña Cano, que es parte de una nueva generación de realizadores que rondan los treinta años y que priorizan el peso de la historia y la anécdota frente a la vaga grandiosidad de los fenómenos que se encuentran indefectiblemente por detrás. La directora se encontró con la historia por la prensa. “La anécdota me resultó profundamente familiar ya que yo soy salteña, y creo que sintetiza el vivir y sentir de cualquier ciudad del interior. Los lugares donde ir a descargar fantasías y pasiones en nuestros pueblos se reducen al fútbol, el quilombo y la iglesia. Y la particularidad de ésta historia radica en que estas tres instituciones antagónicas conviven –porque los fantasmas existen– en el mismo lugar”, explica Cano.En tiempo y forma
Tiempo y financiación son las dos grandes coordenadas de la producción cinematográfica, y el género documental no queda ajeno a esto.Los problemas surgen cuando la historia en cuestión pide determinado timing particular para captar aquello que no surge de la brevedad sino de la profundidad del conocimiento. “Hay que tener la paciencia de esperar para contar una historia, para conocerse a uno como director”, dice Garay con un dejo entre místico y docente.Le pasó a Cano en El Bella Vista. “El riesgo era convertirla en una película anecdótica y nada más, porque los personajes son todos arquetípicos y se prestan al cliché. Por eso, fui durante todo un año a encontrarlos, conocerlos y tratar de entender dentro de mí el ‘qué profundo’ de esta historia”, dice la directora.Tan lejos, tan cerca
A veces las historias se encuentran de casualidad, ojeando un diario, y se ambientan en otra ciudad. Otras veces, la historia a contar está en la habitación de al lado. Es el caso de Las flores de mi familia, de Juan Ignacio Fernández Hoppe.La película se filmó durante 2008 y parte de 2009, y cuenta la relación entre una mujer y su hija, que son la abuela y la madre del propio director, por lo que la película es una extraña mezcla entre un filme que cuenta una anécdota externa de dos mujeres “equis” y el diario íntimo del día a día de un hogar tan conocido en este caso por el propio narrador.El director debió reducir las 260 horas de filmación de bruto a los 75 minutos finales. “La cantidad de horas tiene que ver.  Es el 0,0044% del total filmado. Quizás sea la porción de realidad filmable de la vida”, dice el director entre risas, reconociendo que filmó un documental pero tenía claro que quería darle un desarrollo ficcional.“Por momentos había confusiones con la realidad. Tenía que esperar a que las escenas se fueran dando, hasta el momento en que las miraba y decía ‘esto sí parece una película’. Me obsesionó que cada plano y cada escena tuviera fuerza de ficción: cadencia, entonación, intensidad de los diálogos”, explica Fernández. La frontera exacta entre lo filmado y su valor en cámara la resume Fernández cuando confiesa  que las personas sobreactúan en la vida real.  Hélices sangrientas
En esta “nueva ola” de documentales uruguayos, la Historia tampoco queda afuera.
Adrián Barrera y Maximiliano Contenti abordan en Sikorsky la tragedia de los helicópteros en la playa de Kibón, en noviembre de 1971. Sikorsky era el modelo de las fatídicas aeronaves que se precipitaron a tierra en un accidente que  causó ocho muertos y decenas de heridos. El filme se encuentra en fase de posproducción de sonido y color y tiene un estreno planificado para 2013.El proyecto surgió como una ficción de Contenti, a partir de una anécdota que le contó su padre, que presenció los hechos. Pero de la investigación que realizaron sobre el accidente brotó el documental.Si en Las flores... la cercanía con los personajes era una ventaja, en Sikorsky la tarea de llegar a las historias personales fue muy difícil. “Fue como abrir un archivo escondido, porque nos cerraban todas las puertas.  El 50% de los familiares dijo que no. No tuvimos ninguna colaboración del ejército, y filmar fue complicado”, cuenta Contenti.Las intenciones de la película son militantes y buscan una reacción oficial ante hechos que nunca fueron aclarados.“Me gustaría que a raíz de Sikorsky hubiera un perdón oficial a las víctimas que quedaron afectadas. De alguna forma fueron ciudadanos que también desaparecieron sin ningún tipo de explicación y que para la gran mayoría están en el olvido”, agregó.
Valentín Trujillo - El Observador

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