Gestión adecuada de plaguicidas es la fórmula para el futuro de la agricultura en Uruguay

 Fruticultores de Colonia Valdense dan un ejemplo de uso responsable de plaguicidas y muestran que una agricultura más sostenible y resiliente es posible en América Latina y el Caribe

Ale y Tito Malan. ©Foto: cortesía de Tito y Ale Malan/FAO

Rubén y Alejandra Malan están felices por ver las mejoras en su producción y también por cuidar el campo que es el sustento de su familia desde hace generaciones.

Más conocidos en sus tierras en el sur de Uruguay como Tito y Ale, los hermanos aseguran que “abrir la mente” fue la clave para perfeccionar cada día sus métodos productivos, cuidar las relaciones con los vecinos y lograr los mejores duraznos, higos y ciruelas de la zona.

Trabajan juntos en la chacra para abastecer a clientes en el pueblo cercano y también a la Unidad Agroalimentaria Metropolitana, la principal central de abasto de la capital, Montevideo. Son herederos de una tradición agrícola que valoran, pero que buscan complementar con innovaciones que optimicen su producción y, al mismo tiempo, regulen el uso de plaguicidas.

Y es que la gestión responsable de estos químicos es ahora fundamental para preservar la vida que tanto aman Tito y Ale, especialmente por el desafío de convivir con el crecimiento de la ciudad de Colonia Valdense que tras décadas de lenta expansión ahora colinda con terrenos agrícolas como los suyos.

Hace unos años, un productor de la zona enfrentó una denuncia de un condominio cercano por deriva de productos fitosanitarios, explica Tito, lo que encendió las alarmas y motivó a los agricultores a buscar soluciones para seguir trabajando y viviendo en sus predios sin afectar a los nuevos vecinos.

“Intentamos cambios para no tener que irnos, porque es donde nosotros producimos, donde vivimos y donde queremos estar”, dice Tito.

“Muchas veces los mismos vecinos no sabían qué era lo que hacíamos nosotros dentro del predio. Por ejemplo, veían prendida la máquina y decían que estábamos echando productos químicos, cuando podían ser productos biológicos, pero igual para ellos era veneno”, complementa Ale, quien reconoce que el uso de fitosanitarios es necesario para evitar las plagas que amenazan su fruta.

Los hermanos Malan, al igual que muchos agricultores en Uruguay, perciben una presión cada vez mayor por el impacto de su actividad, por eso buscan mejorar sus prácticas y, en consecuencia, la convivencia con las comunidades aledañas.

Con ese espíritu, Tito y Ale se sumaron al proyecto de fortalecimiento de capacidades para una gestión ambientalmente adecuada de plaguicidas, implementado por el Ministerio de Ambiente, Agricultura y Salud con apoyo de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), que tiene como objetivo racionalizar el uso de estos químicos, mejorar su administración e incorporar alternativas.

Esa iniciativa de Uruguay es uno de los casos que incluye un nuevo estudio de la FAO titulado Hacia una agricultura sostenible y resiliente en América Latina y el Caribe, en el que se analizan los beneficios y dificultades de experiencias de transformación agrícola en diferentes países de la región.

Aprender para cambiar

Gracias a la voluntad de los Malan por mejorar sus prácticas productivas, su campo fue parte de un proyecto piloto en el que un equipo multidisciplinario de Facultad de Química de la Universidad de la República de Uruguay y la Dirección General de la Granja del Ministerio de Ganadería Agricultura y Pesca (DIGEGRA) trabajaron para probar y verificar la eficiencia de camas biológicas.

Las camas biológicas son dispositivos pensados para eliminar los residuos de plaguicidas utilizados en la agricultura, evitando fugas y derrames que puedan afectar el ambiente. También conocidas como Lechos Biológicos o Biobeds a nivel comercial, estas herramientas, pensadas para un paquete tecnológico integral de plaguicidas, obtuvieron resultados muy alentadores. Esto permitió generar información para promover su adopción por otros productores, algo que hoy está ocurriendo cada vez más en el país.

A las experimentaciones del proyecto en condiciones reales, con productoras y productores como Tito y Ale, se sumaron cursos y talleres para aprender a construir una cama, administrar los restos de productos químicos y aguas de lavado de equipos, además de capacitaciones para certificar el mantenimiento y calibración de equipos de fumigación, la calidad de aplicaciones y conocer los protocolos de transporte.

Todo este trabajo se realizó en interacción con actores locales como Centro Emmanuel (Sociedad Civil), la Sociedad de Fomento de Colonia Valdense y el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria de Uruguay.

“Tener un lugar donde lavar los equipos después de usar y para cuando había algún residuo o eso, era algo que teníamos en mente. Queríamos tener el carné de aplicador de plaguicidas y hacer los cursos de buenas prácticas agrícolas” que dicta la DIGEGRA, dice Ale.

Otra innovación que introdujeron en su día a día los Malan fue el uso de pastillas anti deriva en los equipos de pulverización, un elemento clave para aumentar la eficiencia de las aplicaciones y, en definitiva, para reducir el uso de plaguicidas.

“Hemos reducido la cantidad de aplicaciones y el volumen. Esto significa menor gasto en agua, en plaguicida, en combustible, y también en trabajo, porque hacemos menos aplicaciones, en definitiva, en todo. Nuestro trabajo resulta mejor ahora”, afirma Ale.

Ambos hermanos han comprobado que la implementación de buenas prácticas agrícolas y de alternativas al uso de plaguicidas que aplican en paralelo son efectivas y aumentan la renta de su querido campo.

Además de estar mejorando sus prácticas, ambos hermanos son conscientes de que también están en la primera línea del cuidado del medio ambiente y cada uno tiene una receta para avanzar hacia una agricultura más sostenible y resiliente.

“De a poquito uno hace su contribución. Hay que estar dispuesto a escuchar, a aprender y a saber que a veces es ensayo y error, ensayo y acierto. Si nosotros no hubiéramos estado abiertos a escuchar, no hubiéramos podido hacer el cambio”, dice Ale.

“Lo principal es abrir la mente. Uno lo hace en principio por uno mismo, pero si nos cuidamos nosotros, estamos cuidando al vecino y cuidando el medio ambiente”, concluye Tito.
©FAO, 2021

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